Entre sus efectos negativos más significativos, estarían la fragmentación de ecosistemas y la disminución de especies nativas

Los proyectos viales se conciben como obras de infraestructura que derraman beneficios sociales y económicos en las regiones que conectan, mejoran la calidad de vida de sus habitantes, y constituyen un elemento importante del desarrollo. Sin embargo, sin identificación y evaluación oportuna, confiable y veraz de los impactos que conllevan, estos proyectos también causan efectos negativos sobre el medio ambiente, por lo que es indispensable considerar la viabilidad no sólo económica sino social y ambiental de estos proyectos, para diseñar estrategias que sean sustentables y eviten, mitiguen y compensen estos impactos perversos.

Más allá de que se reforeste lo que se deforeste durante el desarrollo de su infraestructura, las vías de comunicación y transporte como las carreteras o las vías férreas, también se convierten en barreras para la fauna que habita y transita de un lugar a otro, lo que se traduce en un impacto ambiental negativo de gran alcance, tema del que poco se habla y que poco se visibiliza. Tal podría ser el caso del proyecto del Tren Maya, anunciado por el presidente electo Andrés Manuel López Obrador.

De la información al alcance sobre el proyecto del Tren Maya, se sabe que éste recorrería alrededor de mil 500 kilómetros, y cruzaría unas de las zonas de más alto valor ambiental y de biodiversidad de nuestro país. Áreas como las 723 mil 185 hectáreas de Calakmul, o las 528 mil 147 hectáreas de Sian Ka’an, entre otras, podrían verse seriamente afectadas, amenazando la biodiversidad que en ellas habita.

México es uno de los países más megadiversos del planeta, con una riqueza de especies y de ecosistemas que debemos conservar. Esa biodiversidad y esos ecosistemas casi prístinos son parte de los atractivos que hacen que México capte, al año, alrededor de 40 millones de turistas.

Y, si bien al abrir una vía de comunicación terrestre como el Tren Maya, el área afectada directamente parecerá pequeña, la fragmentación de esos hábitats ocasionaría grandes efectos que amenazarán la subsistencia de diferentes especies. Prácticamente en todas las vías de comunicación, los animales las cruzan y son atropellados, y cuando se busca impedir que los animales crucen mediante la instalación de mallas u otro tipo de barreras, los resultados son peores.

El efecto barrera se produce cuando se impide la movilidad de los animales. Insectos, aves y mamíferos no cruzan las barreras que les imponemos y, de paso, las plantas cuyas semillas dispersan los animales se ven afectadas. Además, muchos animales que consumen recursos que se encuentran dispersos, como alimentos y agua, dejan de abastecerse. Estas barreras también impiden que encuentren parejas sexuales, lo que afecta su reproducción, y por lo tanto su supervivencia como especie.

Expuesto lo anterior, lo primero que debería hacerse es, desde el diseño del proyecto ejecutivo del Tren Maya, evitar que pase por Áreas Naturales Protegidas; los compromisos internacionales que México ha adoptado requieren de este tipo de decisiones para cumplir con las metas que el País se ha impuesto.

Las especies y la biodiversidad no conocen las fronteras ni los límites de las áreas protegidas, y se mueven en espacios de alto valor que conectan con otras áreas aún sin el carácter de protección que impone el gobierno. Para estas zonas desprotegidas, es importante que también se tomen en cuenta medidas que permitan la conectividad.

Existen soluciones que ayudarían a la mitigación del impacto ambiental de una obra como el Tren Maya, estrategias que deben ser debida y oportunamente incorporadas desde la planificación del proyecto ejecutivo. La principal forma sería la incorporación de pasos de fauna, ya sean inferiores o superiores al nivel de la vía de comunicación, que facilitarían la conectividad entre los espacios naturales divididos por este tren.

Será crucial que las autoridades que queden a cargo de este proyecto, si llegara a implementarse, comprendan que el tránsito hacia el uso sustentable de nuestros recursos no es incurrir en gastos innecesarios para cuidar el medio ambiente, sino invertir correctamente los recursos públicos para generar oportunidades para todos.

Una política con esta visión de paisaje y conectividad no empezaría de cero; ya existen instrumentos que han ido desarrollándose en los últimos años. Para lograr la conectividad de los ecosistemas bajo la visión del manejo integrado del paisaje y conectividad, o gestión territorial sustentable, debe cuidarse que no sólo se dé en el territorio, sino entre las instituciones y los sectores involucrados. En WRI México trabajamos para tener el mismo objetivo pero más ambicioso, comunicarnos y conectarnos mejor, pero no sólo entre los seres humanos, sino entre todos los organismos que conforman nuestro entorno.

Este texto fue publicado originalmente en Expansión.