Recientemente, en Alemania y otras partes de Europa occidental, las inundaciones destruyeron pueblos y grandes extensiones de tierras agrícolas. Fue la peor inundación que se ha visto en la zona en décadas. El número de muertos ascendió a casi 200 personas.

La Canciller alemana, Angela Merkel, utilizó términos apocalípticos como "aterrador", "fantasmal" y "zona de guerra" para describir lo que vio durante su visita a las zonas afectadas. En cuestión de días, anunció un paquete de 400 millones de euros de asistencia inmediata para las personas más afectadas.

Inundaciones similares tuvieron lugar en ciudades de China, poco después de que ocurriera lo mismo en Londres. Durante julio de 2021, se inundaron también comunidades en Italia, Estados Unidos y muchos otros lugares.

Las inundaciones son sólo uno de los problemas actuales. Los incendios forestales, las cúpulas de calor y las sequías son ahora parte de la vida cotidiana en muchos países. Ningún país, por avanzado que sea, puede pagar su inmunidad al cambio climático. Lo que estamos viendo ahora es el mejor escenario para nuestro planeta, y eso es sólo si somos capaces de limitar de manera drástica e inmediata las emisiones que causan el cambio climático.

Este tipo de desastres relacionados con el clima predominan en las noticias actualmente porque ocurren con más frecuencia -y con consecuencias graves- en los países ricos. Esta atención es bienvenida. Necesitamos un debate público más amplio sobre los riesgos relacionados con el clima que enfrentamos hoy, no en un futuro lejano.

Sin embargo, estos fenómenos meteorológicos extremos no son nuevos para muchos países vulnerables, donde desde hace años se producen sequías, inundaciones, plagas y una serie de otros problemas causados por el cambio climático. Hace una década, por ejemplo, el calentamiento del agua del océano contribuyó a sequías que provocaron escasez de alimentos y hambruna en Etiopía y Somalia. Los meteorólogos advirtieron en 2006 que el calentamiento global estaba provocando huracanes más fuertes en el Caribe.

Existe un nuevo sentido de urgencia en torno a caminar hacia la descarbonización a medida que los impactos del cambio climático se vuelven más obvios para las personas que tienen el dinero para hacer algo al respecto. La descarbonización es un imperativo si queremos preservar nuestro planeta.

Pero la gente en todas partes, y especialmente en los países de bajos ingresos, necesita mucho más que eso. La respuesta global a la emergencia climática debe consistir en la búsqueda una infraestructura sostenible que pueda resistir los patrones climáticos cambiantes y garantizar que las economías puedan crecer frente a entornos que han cambiado drásticamente.

La mayor riqueza de los países ricos significa que las personas allí pueden renovar sus economías mientras reconstruyen sus hogares y negocios, incluso si enfrentan pérdidas que cambian sus vidas, y que las personas de todos los niveles de ingresos a menudo pueden acceder a asistencia. Mientras tanto, las personas de países de escasos recursos caen aún más hondo en la pobreza cuando sus granjas, escuelas, pequeñas empresas y hogares son arrasados por las inundaciones o los incendios. En esos lugares, frecuentemente hay una ayuda mínima después de un desastre y poca asistencia a largo plazo para reconstruirse de manera sostenible.

Ha pasado más de una década desde que los países miembros de las negociaciones climáticas lideradas por la ONU acordaron una meta anual de 100 mil millones de dólares anuales para 2020 para apoyar los esfuerzos de mitigación y adaptación climática de las naciones en desarrollo. Esos compromisos se han quedado cortos. En 2018, el año más reciente para el que hay datos disponibles, la financiación climática total movilizada rondaba poco menos de 80 mil millones de dólares.

Las contribuciones no aumentaron al ritmo necesario incluso antes de la pandemia mundial de COVID-19, lo que llevó a los analistas a esperar cifras incluso más bajas de lo previsto originalmente para cuando esté disponible la próxima ronda de informes oficiales. Mientras tanto, las necesidades de los países en desarrollo han ido en aumento. Según estimaciones del PNUMA, colectivamente estas naciones necesitarán hasta 300 mil millones de dólares anuales para 2030, y hasta 500 mil millones de dólares anuales para 2050 para cubrir sólo los costos de adaptación.

Existe un curso de acción claro. Las naciones ricas deben tomar en serio sus compromisos de entregar 100 mil millones de dólares anuales para ayudar a los países en desarrollo a atender sus necesidades relacionadas con el clima. Sin embargo, esto está lejos de ser suficiente.

Este objetivo deberá ampliarse hasta 5 veces para cubrir las necesidades crecientes relacionadas con el clima, idealmente antes de 2030, el año objetivo para los planes climáticos nacionales de muchos países. En la reunión de la COP26 de noviembre de este año en Glasgow, los países comenzarán las negociaciones para un objetivo de financiación colectiva posterior a 2025.

Los líderes de los Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Alemania y otros lugares que recientemente experimentaron desastres relacionados con el clima deben guardar en sus recuerdos las imágenes que están viendo en este momento y actuar.

Los líderes mundiales en todos los ámbitos deben desarrollar una visión clara y compartida de cómo la financiación dirigida podría aportar una innovación sin precedentes para crear comunidades sostenibles. La financiación de esta innovación debería estar dirigida por los países ricos que durante demasiado tiempo han prometido esta financiación a las personas de los países en desarrollo. Existen los mecanismos para esta financiación. El dinero está ahí afuera. A medida que los desastres climáticos se vuelven más comunes y costosos, es hora de canalizar de manera más decidida los recursos hacia los lugares donde más se necesitan.