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En momentos que la invasión rusa de Ucrania llega a su segundo año, su efecto dominó sobre el hambre continuará en todo el mundo, con comunidades y agricultores mucho más allá de las fronteras del país sufriendo los altos costos de las interrupciones en la cadena de suministro, los bloqueos a las exportaciones y los precios de los alimentos, combustibles y fertilizantes.

Entre los más gravemente afectados se encuentran los 25 países africanos que dependen de Rusia y Ucrania para obtener al menos un tercio de su trigo, muchos de los cuales todavía están en recuperación de la pandemia de COVID-19 y atrapados en el fuego cruzado del aumento de las temperaturas, los conflictos y las deudas.

Sin un final a la vista para el conflicto, aumentar el apoyo a los más vulnerables es una prioridad urgente. En marzo de 2022, tres semanas después de que comenzaran los combates, el Secretario General de la ONU, Antonio Gutérres, instó a la comunidad internacional a “hacer todo lo posible para evitar un huracán de hambre y el colapso total del sistema alimentario mundial”. Hoy, con 349 millones de personas en 79 países que enfrentan una inseguridad alimentaria aguda, esa súplica es aún más pertinente, en particular para las regiones vulnerables al clima y dependientes de las importaciones como África Oriental, donde la llegada de la guerra en medio de una larga sequía de cinco estaciones provocó que se duplicaran los precios de los fertilizantes y una disminución de 7.2 millones de toneladas en la producción de cereales.

Para evitar más catástrofes humanitarias, las naciones ricas deben intensificar sus compromisos, y recurrir a todos los recursos, tanto públicos como privados, para escalar las redes de seguridad social para los pobres y la asistencia financiera y técnica para los agricultores.

Si bien la carga financiera de la respuesta humanitaria internacional recae en los ricos, es responsabilidad moral de todos los países acelerar la entrega de alimentos esenciales y la asistencia en seguridad social a los más afectados al mantener abiertos los flujos comerciales y la transparencia en torno a sus reservas estratégicas. La Organización Mundial del Comercio estima que los precios de los alimentos aumentaron un 1.1% por cada aumento del 1% en las restricciones a la exportación durante la crisis alimentaria, y no aprovechar ese aprendizaje aquí sería una oportunidad perdida. Afortunadamente, el reflejo del proteccionismo que vimos a principios de la guerra está disminuyendo, pero en ausencia de mandatos internacionales sólidos que impidan el almacenamiento y la especulación en los mercados agrícolas, el riesgo de nuevos estallidos seguirá siendo una amenaza constante.

Proteger a las personas más vulnerables y mantener el comercio abierto son solo dos de las muchas acciones que los gobiernos deben tomar a medida que se embarcan en reformas más amplias y transformadoras que atienden la resiliencia de los sistemas alimentarios. La Iniciativa de Granos del Mar Negro es un esfuerzo de coordinación bienvenido en medio de la guerra, pero también se requieren planes a más largo plazo frente a la creciente emergencia climática, especialmente con el pronóstico de la Asociación de Granos de Ucrania de una disminución, en 2023, de 17 toneladas en las exportaciones de cereales de la región debido en parte a las malas condiciones climáticas. La iniciativa expirará en marzo y, sin garantía de una extensión, las 900 mil personas que actualmente enfrentan hambruna necesitan soluciones a más largo plazo que construyan resiliencia, apoyen la adaptación y favorezcan la producción local.

Afortunadamente, muchas de estas soluciones son fácilmente aplicables y los países pueden dar pasos significativos hacia la estabilidad de los sistemas alimentarios al apoyar la innovación liderada por los agricultores, abordar la pérdida y el desperdicio de alimentos, redirigir los subsidios hacia prácticas agrícolas sostenibles y promover el consumo de alimentos diversos y autóctonos. Un informe reciente publicado por la Coalición para Alimentos y Uso de la Tierra (FOLU, por sus siglas en inglés) da orientación política sobre la implementación de estos cambios y la alineación de los esfuerzos para desarrollar la resiliencia con aquellos que apuntan a la sostenibilidad.

En tan solo 12 meses, la guerra en Ucrania ha causado estragos en los sistemas alimentarios del mundo, devastando vidas y provocando una crisis mundial de hambre de proporciones históricas. FOLU se solidariza con los millones de personas en todo el mundo que se han unido para condenar el conflicto, rendir homenaje a sus víctimas y pedir la paz. Mientras esperamos su llegada, continuaremos defendiendo urgentemente la transformación de los sistemas alimentarios con la esperanza de que sea esto, y no la violencia, lo que determine el curso del progreso sobre el hambre para las generaciones venideras.

*Morgan Gillespy es Directora Ejecutiva, Coalición para Alimentos y Uso de la Tierra (FOLU, por sus siglas en inglés)