El País debe transitar a una red resiliente, segura, confiable, sostenible y asequible ante un escenario de condiciones climáticas cada vez más impredecibles

El 17 de febrero de 2021, como parte de las medidas tomadas por Texas ante las heladas que azotaron al estado, el gobierno estatal anunció que dejaría de exportar gas natural fuera del estado. Esto prendió las alarmas en México, pues el país depende del gas natural para sostener 60% de su generación eléctrica, y porque importa de Estados Unidos el 69% del gas natural que necesita. Ante la emergencia, las plantas térmicas que queman carbón y combustóleo, que son más sucias e ineficientes, tuvieron que cubrir la demanda faltante, junto con algunas hidroeléctricas.

Esta situación es un recordatorio de la necesidad de un sistema eléctrico nacional más resiliente, pues es un hecho que el cambio climático continuará provocando fenómenos naturales cada vez más intensos y frecuentes y, por tanto, la red debe ser capaz de adaptarse a ellos.

Ante esta problemática de planeación y flexibilidad de la red, ¿qué puede hacerse para garantizar una red resiliente, segura, confiable, sostenible y asequible? A continuación, hacemos cuatro propuestas concretas:

1. Establecer una política de almacenamiento, no sólo de gas natural

La Comisión Federal de Electricidad (CFE) anunció que retomaría la política de almacenamiento de gas natural, además de renegociar y fijar el precio del gas natural frente a las fluctuaciones presentadas recientemente. Este es un buen primer paso, pero resulta insuficiente para resolver el problema de fondo. Sumar a estas medidas el almacenamiento de electricidad le proveería flexibilidad extra a la red, y evitará que se deban tomar medidas como los cortes de luz aleatorios anunciados por el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE). El almacenamiento de electricidad no necesariamente implica baterías; las hidroeléctricas son una buena fuente de flexibilización del sistema. México podría aprovechar su repotenciación para implementar políticas de almacenamiento que reconozcan los aportes de estas tecnologías a la red, que no están necesariamente ligadas a sus bajas emisiones.

En Uruguay, el 56% de la energía proviene de hidroeléctricas y el 22% de parques eólicos. El crecimiento de la energía eólica no tuvo impacto en la red eléctrica debido a que el país tiene recursos flexibles para compensar la variabilidad del viento. De hecho, la gestión de estos ha sido tan buena, que Uruguay dejó de importar energía de Argentina y Brasil a partir de 2014, año en el que la energía eólica comenzó a crecer exponencialmente. Las hidroeléctricas son compensadas por su capacidad para almacenar, no por su capacidad de generación, lo que les permite mantener las reservas hídricas en niveles seguros, sin tener la presión de despachar energía en años secos, por ejemplo. El aumento en capacidad eólica permitió a las hidroeléctricas operar como baterías, y almacenar la energía para cubrir la demanda cuando la generación eólica es incapaz de hacerlo.

2. Diversificar las fuentes de generación

Si dependemos solamente de nuestra producción de combustibles, eso no garantizará una red segura: Texas es autosuficiente respecto a su consumo de gas natural y de electricidad (produce el doble de gas natural de lo que consume y es el mayor productor y consumidor de energía de Estados Unidos), y eso no evitó que las tarifas de luz se dispararan durante las heladas y que se cortara el suministro de electricidad.

Además, que más de la mitad de nuestra generación dependa de una sola fuente -la cual es sujeto de especulación en los mercados- trae consecuencias catastróficas cuando se cierra el suministro. Con las bajas temperaturas, se complica la distribución del combustible fósil (gas, carbón o combustóleo), lo cual trae como consecuencia no contar con electricidad o gas natural. Lo anterior puede costar vidas. Por si eso fuera poco, los impactos a la salud por la emisión de contaminantes asociados con la quema de combustibles fósiles siempre son locales, y la quema de combustibles fósiles como el carbón, el combustóleo y el gas natural agravan la crisis climática.

Se debe aspirar a fortalecer el sistema, aumentar su resiliencia mediante la adopción de diferentes fuentes de generación para que, si una falla, el resto pueda cubrir la demanda. Esta diversificación y la implementación de otras estrategias (como aislamiento térmico de tuberías e interconexión a la red nacional) fue lo que le permitió a la ciudad de El Paso mantener las luces encendidas, mientras el resto de Texas tuvo que cortar el suministro.

La diversificación no sólo tiene que ver con las fuentes de generación, sino también con dónde se ubican. La generación solar distribuida es una alternativa que podría desahogar la red cuando las líneas de transmisión se caigan, o cuando salgan de operación plantas de mucha capacidad.

3. Invertir en la red de transmisión y distribución

Las líneas son las venas del sistema eléctrico: si su condición está por debajo de lo óptimo, todo el sistema sufre, y corre el riesgo de colapsar. El apagón del 28 de diciembre, que afectó al 30% del territorio nacional, fue ocasionado por fallas en cinco líneas de transmisión. La electricidad es la fuente de energía que ha aumentado de manera más acelerada desde su surgimiento, y seguirá haciéndolo durante los próximos años. Es vital un mejor mallado, no sólo para desahogar zonas con mucha generación y distribuir la energía hacia el resto del país, sino para garantizar el suministro.

La red debe ser capaz de responder frente a las nuevas condiciones operativas de manera eficaz y segura y, al mismo tiempo, garantizar el acceso a energía renovable para todos. Las tasas de electrificación, además, ya no son suficientes para medir el acceso a la energía: no basta con tener acceso a la red, importa en qué se usa la energía y qué combustibles se utilizan. Se necesita luz para estudiar, para preparar alimentos, para confort térmico, entretenimiento, acceso al conocimiento y la tecnología.

4. Actualizar el marco regulatorio

Es necesario que las políticas que sean puestas en marcha nos lleven hacia un sistema más justo y limpio. Si bien las plantas de generación renovables no funcionan de la misma manera que las convencionales, esto no significa que sean poco seguras o confiables. El problema está en que es difícil que encajen en un sistema que no está diseñado para recibirlas. Se debe reconocer los nuevos costos asociados a cada tipo de tecnología y aprovechar sus diferencias para crear nuevas dinámicas de mercado, de planeación y de participación. La gestión de la demanda a través de políticas transversales -como para con el sector de la construcción o de servicios- y la implementación de instrumentos como tarifas interrumpibles pueden ayudar a aumentar la resiliencia del sector y avanzar hacia su descarbonización.

Por otro lado, los usuarios no cuentan con opciones para elegir qué tipo de energía quieren consumir, no son parte activa de la toma de decisiones, y tienen pocas opciones para gestionar su energía. Iniciativas como la generación distribuida colectiva permitirían que México realmente tenga soberanía energética, pues serían los usuarios quienes tomarían decisiones respecto al consumo, y tendrían acceso a energías limpias, lo cual actualmente está acotado a empresas.

Lo anterior ya es una realidad en otras partes de Latinoamérica. Las cooperativas energéticas en Chile fomentan acciones y planeación locales, al apoyar a los municipios a elaborar su propia estrategia energética, fomentar la participación de actores de la comunidad y garantizar la gestión del proyecto por parte de ellos. En Brasil, una cooperativa de productores de café rurales instaló una granja solar para tener ahorros y acceso a energía renovable. La escala local de ese proyecto garantiza que los beneficios son retenidos por la comunidad.

Es claro que el sistema debe transformarse. México debe replantear su estrategia energética frente a un escenario en donde las soluciones del pasado ya no son confiables, y las condiciones climáticas son cada vez más impredecibles. La infraestructura actual no está preparada para responder, y la construcción de más infraestructura vinculada a la industria de la energía fósil, como las plantas de ciclo combinado en la Península de Yucatán y la refinería de Dos Bocas, comprometen el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París, además de crear desafíos en términos de activos varados

Los usuarios merecen acceso a energía limpia, asequible y segura. Las decisiones en el sector eléctrico deben adaptarse a estas nuevas condiciones, a la nueva realidad y sus demandas. Se debe tener una visión de largo plazo para la toma de decisiones, evaluando la vulnerabilidad e impactos al sistema energético ante el cambio climático, las implicaciones de la proveeduría de energéticos importados y locales, y los compromisos o regulaciones ambientales (nacionales e internacionales). En conjunto, estas decisiones deben aumentar la resiliencia del sistema eléctrico, pues solo así lograremos garantizar el acceso a un suministro energético fiable, moderno y sustentable de futuras generaciones.