Las prácticas de restauración y prevención podrían representar más de un tercio de las actividades para mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C

Calentamiento global, supertormentas, aumento del nivel del mar, esmog y aire tóxico, acidificación de los océanos y zonas muertas, extinción de especies, erosión de los suelos, agotamiento de las reservas de agua dulce, destrucción de la capa de ozono, deforestación, expansión de los desiertos, bacterias resistentes a antibióticos, nuevas enfermedades y plagas. Estos son sólo algunos ejemplos que Ian Angus, activista canadiense, dio en una ponencia el año pasado para señalar que enfrentamos una crisis ecológica que amenaza todo lo que conocemos. Y la lista sigue.

Desde 1950, la comunidad científica está convencida de que el calentamiento global es provocado por la actividad humana como consecuencia de la quema de combustible fósiles. Y a pesar de que se han reducido las emisiones de gases de efecto invernadero en los últimos meses dada la disminución de la dinámica económica global a causa de la pandemia del COVID-19, no debería ser motivo de celebración. El hecho es que sólo son buenas noticias en el corto plazo, ya que se espera que las emisiones regresen a sus niveles anteriores de la pandemia una vez la economía comience a recuperarse. Además, como resultado de las medidas de confinamiento social, millones de personas han perdido su trabajo y otras más quedarán en un umbral de ingresos bajos con un elevado riesgo de caer en la pobreza.

La degradación de la tierra es uno de los fenómenos que agrava el cambio climático, ocurre en todas partes del mundo y afecta a dos quintas partes de la humanidad. De acuerdo con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), cerca del 25% de la superficie terrestre está degradada, lo cual impacta negativamente a 3 mil 200 millones de personas. Si esta tendencia continúa, 95% de la superficie podría degradarse para 2050.

Se trata, además, de un círculo vicioso, pues los impactos del cambio climático agravan la degradación de la tierra y, a su vez, mayores tierras degradas repercuten negativamente al cambio climático. La existencia de más sequías y calor extremo pueden acelerar la erosión de los suelos y agravar los incendios forestales, lo que implica un incremento en la pérdida de bosques y un aumento de gases de efecto invernadero en dos sentidos: a través de la emisión de carbono que se encontraba almacenado en los árboles deforestados o degradados y a través de una menor captura de carbono de esos mismos árboles.

La creciente degradación de tierras no sólo tiene repercusiones ambientales, sino también económicas y sociales. Puede llegar a reducir la productividad de las superficies agrícolas hasta un 50%, provocando que las comunidades que dependen directamente de ellas se vean perjudicadas al reducir sus ingresos y volviéndolas propensas a caer en la pobreza y sufrir de inseguridad alimentaria, malnutrición y escasez de agua. Si bien este problema impacta tanto a zonas urbanas y rurales, afecta con mayor severidad a las comunidades rurales e indígenas, a las pequeñas y pequeños agricultores y a la población pobre. Se prevé que, junto con el cambio climático, la degradación de la tierra obligue a entre 50 millones y 70 millones de personas a migrar en 2050.

A continuación explicamos más a fondo las causas e impactos de la degradación de la tierra y cómo revertirla.

¿Qué es la degradación de la tierra?

Para entender mejor qué es la degradación de la tierra, es importante saber qué es la degradación de los ecosistemas. La degradación de los ecosistemas es un proceso natural o inducido por el ser humano que implica principalmente la pérdida o deterioro de la biodiversidad y de los bienes y servicios ecosistémicos, es decir, de los beneficios que un ecosistema aporta a la sociedad para subsistir. Estos van desde los más conocidos como alimentos, agua, aire o recreación, hasta los menos conocidos como formación de suelos, regulación del clima o polinización, de la cual dependen el 75% de los cultivos alimentarios del mundo.

Algunos de los fenómenos que forman parte de este problema son la pérdida de hábitats, bosques más dañados, la reducción en cantidad y calidad de los cuerpos de agua que se encuentran en la superficie o en el subsuelo y la disminución acelerada de nutrientes en el suelo hasta un punto de ya no poder ser utilizado para fines productivos.

La degradación de los ecosistemas no sólo comprende ecosistemas terrestres como bosques, selvas, matorrales, pastizales o áreas de uso agrícola, sino también ecosistemas acuáticos como los arrecifes de coral, estuarios, manglares o pastos marinos.

Por otro lado, la degradación de la tierra puede formar parte de los impactos negativos envueltos dentro de la degradación de un ecosistema. Aunque no existe internacionalmente una sola definición de “tierra degradada”, ésta se entiende como tierra que ha perdido en cierto grado su condición natural y, como consecuencia, su productividad en distintas funciones, como producir alimentos, capturar y almacenar carbono, etc. La realidad sobre la degradación de la tierra es alarmante: actualmente se pierden suelos a un ritmo equivalente a 27 campos de futbol por minuto.

La degradación de la tierra es provocada por la actividad humana y una de las principales causas es la transformación de ecosistemas a suelos para agricultura y pastoreo. Lo anterior no significa que no se tenga la necesidad de producir más alimentos para una población creciente, sino que el problema radica en que la expansión e intensificación de esta actividad productiva se realiza frecuentemente a través de prácticas no sustentables que comprenden la eliminación de hábitats naturales, incluyendo bosques, el uso de pesticidas y fertilizantes químicos que erosionan los suelos, y la extracción y el uso de agua en exceso. Los suelos agrícolas y de pastoreo cubren ahora un tercio de la superficie terrestre del planeta y menos del 25% permanece libre de impacto humano.

La restauración como medida reversiva

La restauración es una actividad intencional que inicia o acelera la recuperación de un ecosistema que ha sido degradado, dañado o destruido. La restauración de ecosistemas engloba la restauración de tierras. Uno de los ejemplos más conocidos es la reforestación, que se refiere a tomar tierras que alguna vez fueron bosques y que sean boscosas de nuevo. Pero las actividades de restauración van más allá de plantar árboles y sus beneficios van más allá de observar un mayor número de paisajes naturales.

Desde lo ambiental, la restauración contribuye a mejorar la calidad del suelo y del aire, aumentar la cobertura de vegetación, conservar el agua y mejorar su calidad, limitar el desarrollo de plagas, y almacenar más carbono en el suelo o evitar su erosión. Las prácticas de restauración y de prevención de la degradación podrían representar más de un tercio de las actividades de mitigación de gases de efecto invernadero que se requieren en 2030 para mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C.

Desde lo social, la restauración se convierte en una actividad para que las organizaciones productoras y comunidades locales diversifiquen sus ingresos, pues genera empleos sustentables que muy probablemente sean permanentes. Al mejorar la calidad del suelo, además, aumenta la provisión de agua dulce dado que la lluvia puede filtrarse de mejor manera a las reservas acuíferas, lo cual impacta positivamente la oferta de bienes como alimentos, madera, leña, frutos, plantas medicinales y flores. La restauración también deriva en la creación de mayores áreas de conservación y corredores biológicos. La restauración no significa dejar intactas las tierras restauradas, sino darles un uso mediante prácticas sustentables que garanticen satisfacer las necesidades presentes sin poner en riesgo las capacidades futuras.

Entre las diversas estrategias de restauración está la agroforestería (también conocida como sistemas agroforestales), en la que se combinan árboles y arbustos con cultivos agrícolas o animales en la misma superficie. Existen varias prácticas dentro de los sistemas agroforestales, y una de ellas es la silvopastoril, que consiste en mezclar árboles, ganado y forrajes (alimento para ganado). Los árboles proveen de sombra al ganado, lo cual disminuye el estrés que sufren los animales por las altas temperaturas, incrementando así la producción de carne y leche.

Hacia una restauración global

La restauración no se da de la noche a la mañana. Por ejemplo, un bosque degradado puede tardar entre 20 y 40 años en recuperarse, pero los resultados pueden comenzar a reflejarse en un plazo corto. Los proyectos de restauración, por tanto, requieren ser implementados y promovidos en todas partes del mundo como estrategia para prevenir y reducir la degradación.

Las acciones de restauración involucran políticas coordinadas y simultáneas de varios actores: gobiernos, organizaciones no gubernamentales, sociedad civil, pequeñas y grandes empresas, y deben ejecutarse con el libre, previo e informado consentimiento de la población indígena y de las comunidades locales, para que éstas participen de tal manera que se fortalezcan sus derechos sobre las tierras, su seguridad económica y su bienestar. Recordemos que los beneficios no sólo abarcan a las personas que habitan en los ecosistemas restaurados, sino que también se extienden a las personas que se encuentran fuera de ellos.

Una de las lecciones que acentúa la actual pandemia es que la unión hace la fuerza. En esta crisis sanitaria, los diversos gobiernos del mundo están trabajando juntos y tomando medidas urgentes para contener su propagación, incluso a expensas del crecimiento económico. Esperamos que en un corto tiempo se tenga una vacuna contra la enfermedad COVID-19, pero sabemos que no habrá una vacuna para la crisis climática que vivimos. Debemos repensar nuestro modelo económico, el cual enfatiza la búsqueda infinita de crecimiento a expensas de lo ambiental, y transitar hacia una economía más justa que asegure la protección de los más pobres y vulnerables. El bienestar de las personas debe encontrarse por encima de los beneficios económicos. Dado que, como seres humanos, dependemos de la naturaleza para sobrevivir y no viceversa, es nuestro deber y necesidad proteger, conservar y restaurar los ecosistemas.

En WRI México, el equipo de Bosques, además de trabajar en recomendaciones de política pública para asegurar la gobernanza efectiva e inclusiva en los recursos forestales del país, también participa en proyectos de adaptación al cambio climático y resiliencia en el sector rural para promover la conservación y restauración de ecosistemas. Esto incluye estrategias de planeación territorial y de sistemas productivos sustentables con la participación de actores locales y especialistas de distintas áreas vinculadas al uso sustentable, conservación y restauración de bosques y selvas.

Además, WRI México forma parte de la recién creada Alianza Mexicana por la Restauración de los Ecosistemas (AMERE), impulsada junto con WWF y Reforestamos México y alineada a la Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030. La AMERE tiene como visión que, para 2030, México esté en proceso de recuperar las funciones ecológicas y productivas de sus ecosistemas, fomentando la resiliencia de los paisajes terrestres, acuáticos y costero-marinos en coordinación con actores estratégicos. Es decir, que el país aboque su visión durante esta década en torno a la restauración y a la salud de sus ecosistemas. Esta Alianza permitirá que México sea líder regional en materia ambiental y de desarrollo sostenible.