Es imprescindible adoptar la perspectiva de género en programas y proyectos para apalancar procesos transformativos de mayor envergadura y duración

Además de ocasionar una crisis sanitaria, económica, política y social, la pandemia derivada del nuevo coronavirus exacerbó desigualdades subyacentes, entre las cuales se encuentran las asimetrías por cuestiones de género. No es casualidad que la vulnerabilidad de las mujeres haya incrementado significativamente: las mujeres constituyen 70% de las personas en las primeras líneas de atención de la pandemia, y son 1.8 veces más propensas que los hombres a perder sus empleos, a pesar de que la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral en México es del 45%, y de que seis de cada diez mujeres de la población económicamente activa no tienen acceso a trabajos formales. El incremento en la vulnerabilidad también se dio a escala doméstica, pues incrementaron los casos de violencia intrafamiliar y los feminicidios.

Paralelamente, la crisis climática no da tregua, y no lo hará mientras se siga reproduciendo un modelo voraz e insostenible con altos costos ambientales y sociales. La penetración de la crisis por la COVID-19 a todas las esferas de la vida humana abre la oportunidad de reorganizarlas y atenderlas oportunamente.

En este sentido, el desarrollo sostenible constituye un escenario para escuchar, comprender, visibilizar y empoderar a las diversas mujeres que buscan transformaciones profundas desde posiciones de servicio y de liderazgo. La transversalidad del género permite incorporar lentes sociales a las investigaciones y proyectos, al reconocer a mujeres y hombres como agentes de cambio en los procesos urbanos y rurales de transformación socioambiental y recuperación postpandémica.

A continuación, presentamos una serie de reflexiones sobre los papeles y desafíos que enfrentan las mujeres, ya sea como tomadoras de decisiones, activistas, usuarias, trabajadoras o integrantes activas de comunidades, en el marco de las principales líneas de trabajo de WRI México.

Para mantener el impulso que brinda la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el presente blog es el primero de la serie Agenda climática y género, en la que se abordará a mayor profundidad cada uno de los temas aquí delineados.

Mujeres en las ciudades

La ciudad es un espacio que se vive de forma diferente según quien la experimenta: los servicios como el alumbrado, el transporte, áreas recreativas y habitacionales cumplen con una cierta funcionalidad. Esta utilidad puede proporcionar libertades y oportunidades a las personas usuarias, o bien, obstaculizar el desarrollo de las y los individuos e impedir que sean ciudadanos con derecho a su ciudad. Los espacios urbanos normalmente son diseñados de forma neutra: pensando en los conceptos de «familia» y «población», y articulándose bajo una lógica universal-neutra y una funcionalidad de las necesidades masculinas. Esto genera que las mujeres sean apartadas del espacio público, tanto por las violencias que sufren, como por la posibilidad de que estas violencias les ocurran, y reproduce una cultura del miedo basada en creencias sobre la falta de protección a las mujeres. Así, la división de lo público y lo privado se transmite mediante la enseñanza del miedo a lo “desconocido” —que es todo lo que está fuera de la esfera privada, del hogar.

Abordar estas problemáticas requiere no sólo de un mayor entendimiento de las vivencias diferenciadas de las mujeres en la ciudad, sino también una participación cada vez más activa en los procesos colectivos de planeación urbana, lo que abre la oportunidad directa para la incidencia en políticas públicas. Si bien la creciente adopción de la perspectiva de género en las políticas y programas en las ciudades es un avance, se requiere también de una visión metropolitana que permita articular los múltiples esfuerzos entre sí para proveer una atención integral a través de los diferentes aspectos de la vida de mujeres y hombres. Lo anterior permitiría atacar las problemáticas estructurales que minan la calidad de vida de las personas, especialmente las mujeres en zonas periféricas, al considerar las discrepancias entre el acelerado crecimiento urbano y la capacidad de respuesta institucional para asegurar la provisión de servicios básicos.

Las vivencias diferenciadas de mujeres y hombres en la ciudad se ven reflejadas también en términos de accesibilidad, es decir, en la capacidad de hacer uso de los servicios y las oportunidades que ofrecen los equipamientos urbanos. En este sentido, contar con opciones de movilidad asequibles, incluyentes, eficientes y seguras es esencial para fortalecer la capacidad de las personas para transitar la ciudad, al considerar las necesidades diferenciadas de viaje según los roles sociales y culturales de cuidado atravesadas por el género y otras variables como la clase, la etnia, la edad, entre otras. En la Ciudad de México, la tenencia de automóvil particular, la cual es superior por parte de los hombres, hace que el transporte público sea la principal opción de movilidad para las mujeres, a pesar de que el 54% de ellas se sienten inseguras en las calles y espacios públicos, y el 69% en el transporte público. En otras ciudades latinoamericanas, como Bogotá, suceden fenómenos similares, donde la movilidad de las mujeres se caracteriza por una mayor siniestralidad, considerando, por una parte, que sus viajes son más largos, especialmente en zonas periféricas de bajos ingresos, y por otra, el limitado acceso a infraestructura de transporte público, ciclista y peatonal de buena calidad.

A pesar del uso de modos de transporte sustentables, las mujeres están más expuestas a las emisiones por fuentes móviles en las ciudades, si se considera que las emisiones generadas por vehículos representan hasta un 56% y 53% del total de las emisiones por partículas suspendidas (PM2.5 y PM10, respectivamente) en la Ciudad de México. Aún no hay suficientes estudios que demuestren los impactos diferenciados por género de estar expuestos a contaminantes del aire en zonas urbanas; sin embargo, los hallazgos de SEDEMA señalan que la disminución en exposición a ozono (O3) tiene un impacto positivo mayor para la esperanza de vida de los hombres, que para las mujeres. Estas diferencias pueden estar basadas, además de otros factores, en la exposición diferenciada a los contaminantes del aire en exteriores e interiores debido a las actividades que hombres y mujeres realizan, a qué contaminantes están expuestas las mujeres cuando se transportan ya sea en transporte público o caminando, a qué hora del día están en exteriores; a qué contaminantes están expuestas cuando están en su casa, en donde pueden estar más expuestas a emisiones por fuentes domésticas de contaminantes por el uso de productos de limpieza, la cocción de alimentos, fugas en las instalaciones de gas, entre otros.

Los principales contaminantes que se producen en los hogares son los compuestos orgánicos volátiles (COV) que se encuentran en los productos de limpieza solventes y aromáticos y que pueden llegar a ser tóxicos. Las mujeres siguen siendo más impactadas por el uso de agroquímicos y plaguicidas en la industria: en el valle de Sinaloa, las mujeres presentaron seis veces más posibilidad de enfermarse de anemia y asma, dos veces más de parásitos, el doble de infecciones respiratorias y estomacales, y el 38 % más del corazón. Las mujeres indígenas jornaleras son uno de los sectores más vulnerables, pues la falta de acceso a información y su precaria situación social y económica las expone ante los riesgos para la salud relacionados con los plaguicidas. Hace falta abordar el tema de manera amplia y generar datos que alimenten la toma de decisiones. Hace falta abordar el tema de manera amplia y generar datos que alimenten la toma de decisiones.

Gestoras de recursos naturales

De la mano de lo anterior, al ser el hogar un espacio dominado por mujeres en la cultura latinoamericana, las mujeres suelen tener la responsabilidad de las labores de cuidado, y esto incluye la gestión de los recursos dentro de los espacios domésticos, entre los que se incluye la electricidad. ¿Qué pasa cuando las mujeres toman decisiones respecto al consumo de luz? Algunos ejemplos demuestran que el tiempo que ocupan para cocinar se reduce en un 34% para las guatemaltecas y, en Perú, el tiempo dedicado a la lectura de los niños aumenta un 50%, lo que se traduce en un incremento en la escolaridad. De hecho, contar con electricidad aumenta el rechazo hacia la violencia doméstica, pues las mujeres tienen acceso a más información y pueden dedicar más tiempo al trabajo remunerado, lo que se traduce en empoderamiento económico. En este sentido, no tener acceso a fuentes de energía renovable es costoso: la contaminación de aire en lugares cerrados causa 4 millones de muertes al año, donde 6 de cada 10 de las víctimas son mujeres y niñas. Esto se debe a que pasan más tiempo dentro de la casa, donde preparan alimentos en estufas cuyo combustible suele ser leña.

Son estas vulnerabilidades diferenciales las que hacen que las mujeres y otros grupos sean menos resilientes frente a desastres naturales. Su rol de gestoras de los recursos del hogar, de los trabajos de cuidado, y de trabajadoras comunitarias significa que están en una posición única para la gestión de riesgos, por lo que se vuelve vital incluirlas en la preparación de protocolos de alerta temprana de desastres naturales. Esto significa planear las sesiones de trabajo en horarios en los que ellas puedan asistir y utilizar medios de comunicación que sean empleados por ellas, a la par de reconocer su rol activo en la toma de decisiones también en otros espacios con alto potencial de descarbonización como la industria manufacturera ligera. De manera transversal, se hace necesario combatir la existencia de desigualdades subyacentes que se traducen en mayor vulnerabilidad: las mujeres, niñas y niños son 14 veces más propensos a morir que los hombres durante un desastre natural. Por ejemplo, en la Ciudad de México, fallecieron dos mujeres por cada hombre durante el sismo del 19 de septiembre de 2017.

Así mismo, es posible entretejer el género con la producción y el consumo de plásticos al momento de promover estrategias para la economía circular en el manejo de los residuos plásticos. En el marco de las relativamente recientes y crecientes prohibiciones a los plásticos de un solo uso para concientizar y mitigar los impactos ambientales de estos materiales, es relevante conocer los patrones diferenciados por género de la producción, consumo y desecho de los plásticos, aunado a las repercusiones particulares de las medidas de prohibición para mujeres y hombres. Contar con datos desagregados por género e información cualitativa de mayor profundidad constituyen áreas de oportunidad importantes para reducir el consumo de plásticos y fomentar prácticas de sustitución, reúso y reciclaje.

Mujeres rurales

Fuera de las ciudades, existen otros escenarios en los que hay posibilidades de participación-acción diferenciadas por género. Tanto en las comunidades pesqueras como en las agrícolas existe segregación de los espacios productivos «gendered spaces», pues las mujeres, a pesar de participar en la cadena de producción, no reciben directamente una remuneración económica por su trabajo, ya que es considerado una extensión de sus obligaciones domésticas. Esto les atribuye una doble carga laboral. Aunado al cuidado familiar, en el caso de las zonas rurales, las mujeres son designadas a la recolección y el mantenimiento de pequeñas parcelas para el autoconsumo, mientras que en el caso de las comunidades pesqueras deben ayudar en los preparativos previos y posteriores a la pesca. Los espacios masculinos son donde esta actividad productiva se ve directamente remunerada, como la comercialización de la pesca y de la cosecha, lo que a su vez les atribuye a los hombres el derecho a participar en la toma de decisiones de la comunidad.

Si bien se ha tratado de resolver esta asimetría en el poder de decisión al legalmente atribuirle derecho de propiedad a las mujeres, el sesgo patrilineal de herencia en las juntas ejidales o cooperativas pesqueras mantiene a las mujeres en una posición de subordinación. Esto genera retos para la participación de las mujeres en espacios de diseño e implementación de iniciativas de restauración, adaptación y mitigación de riesgos, lo cual perjudica a las comunidades al no hacer visibles las aportaciones de las mujeres para mejorar el manejo de los recursos. Incorporar una perspectiva de género que permita evidenciar inequidades y barreras subyacentes es un mecanismo clave para diseñar e implementar proyectos incluyentes, que a su vez promuevan la equidad social en la gestión de la naturaleza en espacios urbanos y rurales.

En resumen

  • La dimensión de género permea todos los sectores en los que el equipo de WRI México trabaja para fomentar la sostenibilidad medioambiental, en las que se evidencian diferentes esferas y modalidades para la incidencia de las mujeres.
  • Adoptar la perspectiva de género de manera transversal en los programas y proyectos permite comprender y atender necesidades y posibilidades diferenciadas para trascender barreras sociales y culturales subyacentes.
  • Existen vacíos de información que constituyen áreas de oportunidad para profundizar en las experiencias particulares de mujeres y hombres, y para generar datos e información relevante, clara y aplicable para la toma de decisiones a diferente nivel.
  • La inclusión, el reconocimiento y la participación de las mujeres en los espacios privados y públicos, productivos y reproductivos, urbanos y rurales, permiten apalancar procesos transformativos de mayor envergadura y duración.
  • La enfermedad COVID-19, pese a exacerbar las desigualdades sociales, constituye una oportunidad para incorporar de manera transversal acciones en favor de la equidad de género en los programas y procesos de recuperación.

Con información y participación de Alejandra Bosch, Iván Zúñiga, Norma Arce, Fairuz Loutfi, Juliana Vega, Segundo López, Mercedes Escobar, Teresa Tattersfield, Tania López, Beatriz Cárdenas, Avelina Ruiz, Aline Nolasco, Valeria López-Portillo, Gorka Zubicaray, Mauricio Brito y Karla López.